En fecha reciente mucho se ha escrito con referencia a la independencia alcanzada por el estado mexicano, motivo que durante algunos meses me ha llevado a observar y razonar lo manifestado.
Este reconocimiento que se hace entre las naciones la considero una más de las fantasías con las que somos capaces de manipularnos y someternos las personas. La globalización de los mercados, la aldea global, la red mundial de intercambio de datos, son al final lo mismo que ha existido desde el surgimiento de la sociedad; lo único que ha cambiado es el canal o medio de interlocución y las dimensiones de los grupos que hemos conformado las personas.
La ciencia administrativa es quien, de forma evidente, explica en muchos sentidos el desempeño de las personas y en general la interacción de los recursos existentes en el mundo; así pues, debemos entender el orden global como la necesidad por delegar responsabilidad y compartir autoridad en referencia a la gestión de bienes y recursos en un espacio físico definido. Esto es un país, nación o estado.
Libertad y soberanía, al igual que en una área funcional dentro de una organización, se encuentra subordinada a la percepción de quien ostenta el poder de decisión o en el mejor de los casos, de aquél quien administra para el logro de un objetivo que genere una riqueza a compartir.
Al igual que muchas empresas u organizaciones ¿la humanidad tendrá un claro objetivo de hacia donde debemos encaminar nuestros esfuerzos? Y si así fuera, ¿A que intereses responde? ¿Quién o cómo se llego a ese planteamiento?
La independencia entre los países, naciones, estados, empresas, organizaciones, áreas funcionales, al igual que entre las personas, no existe.
Las personas somos seres sociales y por consecuencia dependientes entre nosotros; y si bien, todas nuestras formas de organización son reflejo de nosotros, la consecuencia inequívoca es la dependencia.
Mexicanos, lo que debemos festejar es el reconocimiento que se hace en nuestra capacidad por administrar los recursos que sin ser propios se nos confiere por el resto de personas con las que cohabitamos. ¿Merecemos esta distinción después de 200 años?
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